En este momento miro por la ventana y solo veo una montaña verde y oigo el silencio, que es mi sonido preferido. También me gusta el rumor del mar y la lluvia cuando estoy en casa.
Pero el silencio me fascina. Porque no tiene forma ni estado. Es la nada que lo llena todo.
Es verano. Según como se mire unos dirán “¡sí, ya es verano!”, otros “¡ostras, ya es verano!”
Con el tiempo me he ido haciendo del segundo grupo. El calor, las playas abarrotadas con gente que no entiende la distancia de cortesía que se debe mantener entre su toalla y la tuya, los mosquitos, los niños sin colegio a los que tienes que buscar entretenimiento. No es precisamente mi sueño de una noche de verano.
Y en verano el silencio escasea.
Pero siempre acabo cayendo en el encanto estival, y reconozco que me sigue gustando el calor del sol en mi piel, el rumor del mar, la arena fina que se queda impregnada en tu ropa hasta el mes de octubre, los caracoles al sol después de la lluvia, la montaña con el cielo azul pitufo, las cerezas y las nectarinas, los desayunos sin hora o las cenas pasadas las diez.
El verano es especial, guste o no.
En todo caso no es mi estación preferida. Lo era cuando era niña y cuando estudiaba, por razones obvias, pero con la edad he comenzado a amar el otoño. Qué se le va a hacer, una que tiende a la melancolía. Con sus hojas caídas, sus mil colores… Pero este año todo se ha puesto patas arriba y al final hacía falta desconectar para reconectar no se sabe bien ni cuándo ni dónde, pero no importa demasiado. Así que este verano veremos cómo sale. Pero intentaré poner toda la carne en el asador para que valga la pena.
De pequeña había tres cosas que me daban verdadero terror: los tiburones, los cocodrilos y las abejas.
Afortunadamente no me he encontrado nunca un escualo mientras nadaba, porque creo que moriría antes de infarto que de un posible mordisco. Pero mi fobia es directamente proporcional a mi defensa a ultranza de su libertad, porque me fascinan tanto como me aterran.
Con los cocodrilos pasa un poco igual, pero no me hipnotizan. Solo me impresiona lo rápidos que son cuando a simple vista parecen momias vivientes. Qué sabia es la naturaleza. De todos modos, hasta en el zoo, cuando iba porque ya apenas voy, los miraba desde lejos. Siempre hay historias de esas que nadie sabe de dónde vienen de niños que se asoman, caen y acaban zampados por uno de estos reptiles gigantes.
-¿Y las abejas qué pintan en este grupito? Porque no diría yo que den tanto pavor como los otros dos?, me preguntó Margot el día que le conté esta historia altamente absurda.
-No lo sé, de pequeña me quedaba paralizada. Me mordía la lengua porque me había dicho que transmitía unas ondas que las alejaban -increíble pero cierto- y tenía pesadillas durante varias noches. Mejor no te las cuento porque hasta tú te volverías majara. En fin, que con el tiempo y con esto de vivir en el campo he aprendido a convivir con ellas. No las amo, pero las respeto, que ya es mucho.
-Querida, las posibilidades de toparte con un tiburón o un cocodrilo en tu día a día son altamente improbables, lo sabes. Pero bueno, mejor eso que otra manía que te bloqueara cada dos por tres.
-Intento luchar contra estos pequeños miedos cada día, peor creo que me perseguirán siempre.
-Bueno, siempre es una palabra muy grande. ¿Recuerdas cuando Alicia le pregunta al conejo blanco “¿cuánto tiempo es para siempre?”
Y sí, lo recordaba: “A veces, solo un segundo”.
Quizá nunca nada es para siempre. O siempre dura lo que nosotros queramos.
Yo, por ahora, quiero que mis siempres duren un segundo y que sean eternos. Y que, al final del día, suenen a silencio. Porque me fascina y dura lo que queramos que dure.
foto de 928films
"El silencio es mi sonido preferido "
Me encanta este oxímoron.
A por el verano, querida.